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Texto y Fotografías: Harold García y Daniel Sarmiento

La lucha de los campesinos de la Alta Montaña por su “oro verde”

En el Carmen de Bolívar la guerra arrasó con comunidades enteras y también con el principal sustento de esta región: el aguacate. Hoy los campesinos siguen trabajando por regresar a esos años de bonanza y recuperar lo que el conflicto les arrebató.

Los integrantes del Comité de la Alta Montaña caminan hacia Raizal, donde se reúnen mensualmente. Algunos tienen que viajar hasta dos días para llegar allí.

En la zona de la Alta Montaña del municipio del Carmen de Bolívar (Bolívar) hubo unos años de bonanza del aguacate que pasaron a la historia como la “época del oro verde”. Pero a finales de los noventa y principios de los dos mil llegaron dos males que, según la comunidad, arrasaron con este fruto: las fumigaciones con glifosato, que pretendían acabar con los cultivos ilícitos, y la expansión del hongo phytophthora. Donde alguna vez hubo abundancia de esta semilla, y árboles tupidos de más de 10 metros, ahora se ven troncos esqueléticos y desolados. Desde entonces, los habitantes de la región se han organizado para tratar de mantener viva esta planta tradicional de la región. Pero también, para reconstruir lo que le guerra les quitó. ¿Lo han logrado?



En esta panorámica se ve parte de las veredas que conforman la Alta Montaña. El color amarillo de los árboles de aguacate refleja la afectación que ha sufrido este fruto a causa del hongo phytophthora y del rocío del glifosato, dicen sus habitantes.



Para responder a esa pregunta viajamos a la Alta Montaña. En el centro del pueblo, Carmen de Bolívar, nos subimos a un Jeep que nos llevó al corregimiento de Raizal. Con un tosco motor, cuyo sonido contrastaba con la tranquilidad del recorrido, el canto de los pájaros y un sol de más de 25 grados, llegamos a uno de los 13 corregimientos de la Alta Montaña, donde se encontraban más de 40 líderes del Comité de la Alta Montaña.


En ocasiones la carretera que deben recorrer los miembros del Comité de la Alta Montaña para reunirse, se vuelve intransitable por la lluvia. Pero ellos se las arreglan para poder movilizarse.



Se reúnen el segundo lunes de cada mes para discutir sobre las problemáticas de sus comunidades: vías, escuelas, educación, cultivos. De allí ha salido de idea de movilizarse, como lo han hecho tantas veces, para exigirle al Gobierno garantías de seguridad y alternativas para los procesos de siembra que hay en la región. Si hay que poner un ejemplo de una comunidad organizada, podríamos hablar de la guardia indígena y los campesinos de la Alta Montaña.

En abril de 2013 se unieron para realizar una movilización que reunió a cerca de cuatro mil campesinos quienes, de forma pacífica, instalaron unas mesas de negociación con el Gobierno nacional. Su objetivo era presentar el balance de las deudas históricas que el Estado tenía con ellos, y lograr compromisos para que el Gobierno les garantizara sus derechos y condiciones para una vida digna, incluyendo la reparación integral a las víctimas del conflicto armado.


El centro de los encuentros del Comité de la Alta Montaña son las escuelas, las carreteras, la salud y los proyectos productivos. Aquí, el equipo completo.



Allí conocimos a David Martínez y a Domingo Rafael Díaz, dos líderes que se la han jugado por revivir “la época del oro verde”.

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La Zarza


En la vereda La Zarza, en la cúspide de una pequeña montaña, se encuentra la casa de David Martínez, líder y representante de esta vereda ante el consejo de campesinos de La Alta Montaña. David se mece en una silla de cables mientras mira cómo sus hijos entrenan unos gallos de pelea. Suspira y se dispone a conversar sobre ese pasado de abundancia, y cuenta:

Cuando había cosecha usted alcanzaba a ver hasta 200 camiones cargados de aguacate, la gente por todo lado le convidaba cosas, había apostadores en cada esquina y gente contenta… Ahora, de vez en cuando, suben como doce camiones por mango y ñame.


Después de diez años sin producir aguacate esta comunidad sigue trabajando para revivir esa bonanza.



Los hijos de David Martínez, miembro del Comité de la Alta Montaña, entrenan gallos de pelea casi desde que tienen uso de razón.



David se hizo líder porque sus vecinos lo buscaban para confiarle sus problemas, para pedirle consejos, para que les sirviera de guía. En La Zarza su casa es como una sala comunitaria: en cualquier momento llega un vecino a conversar o a sentarse a ver televisión.

Acá en la sala de mi casa dejo libros de interés social para que la gente los mire. En las noches socializamos los textos y los proyectos del consejo. Así la comunidad se está uniendo cada vez más para echar pa’ lante.



La casa de David Martínez en la vereda La Zarza, de El Carmen de Bolívar, es como una sala comunitaria: en cualquier momento llega un vecino a conversar o a sentarse a ver televisión.



Una vez al mes, David camina unas seis horas para asistir a la reunión de líderes del consejo, con una libreta de apuntes y un celular que solo le sirve para recibir llamadas. “Los pelaos míos ya salieron de estudiar y quieren vivir de los gallos… Eso a mí no me gusta, después de que vinieron los paramilitares fue que se empezó a ver galleras por todas partes”.

El conflicto armado, que llegó a esa región hacia 1997, lo obligó a desplazarse con su familia dos veces. La primera vez, por temor a las FARC que utilizaba como arma las extorsiones, los secuestros y el cobro de vacunas a los campesinos y a los hacendados de la Alta Montaña; con ellos llegaron también los bombardeos.

Llegar a la ciudad fue tan difícil, tan agotador, que prefirieron volver a la vereda. Cuando retornaron encontraron un lugar irreconocible, pese a haber vivido toda la vida en los montes marianos. Las trochas estaban atrincheradas, las paredes estaban recubiertas de grafitis de las FARC y el EPL (Ejército Popular de Liberación) y había cordones militarizados para llegar a las veredas. Una vez lograron llegar a su casa, se encontraron con que sus familiares y amigos también habían abandonado el territorio; incluso, había animales de crianza perdidos en el monte buscando comida. Al poco tiempo decidieron desplazarse nuevamente a la ciudad.

David decidió regresar por su comunidad. Le pidieron que fuera su vocero, que los representara, y no pudo negarse. “Cuando salgo a esas reuniones saludo más que caminar”, dice.

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Tierra Grata


Hay lugares de los Montes de María –pocos–, donde aún se conservan algunas plantas de aguacate, como la vereda Tierra Grata, del corregimiento de San Carlos. En este punto vive Domingo Rafael Díaz, representante de su vereda en el Comité de la Alta Montaña, quien conserva en su finca algunos árboles de esta planta que cuida con recelo. Los limpia, les quita las hojas inservibles y los poda para protegerlos. Dice que el aguacate era el fruto sagrado de la región, pero un virus y el glifosato han acabado poco a poco con este fruto. “Acá todo era aguacate… ahora solo unos pocos tenemos y no queremos dejarlo morir. Esa es nuestra economía”.

Domingo llegó a la Alta Montaña cuando tenía 8 años. Hoy tiene 51. Vive en una casa humilde que en la parte de atrás tiene cultivos “tutifruti”, como él dice, por la variedad de sembrados.

Domingo cuenta que a la mayoría de los habitantes de la Alta Montaña los desplazó la violencia, y al regresar sus tierras no eran las mismas: “El glifosato las había acabado”. Esta región, donde se escucha el cantar de los pájaros y el correr de los micos, fue el escenario de cruentas batallas entre paramilitares, Ejército y guerrilla. “Cuando no escuchábamos los disparos de los grupos armados nos asustábamos, ya era común escuchar bala acá todos los días”, dice con tono irónico, mientras camina por los cultivos de aguacate de su finca.


A pesar de que la guerra intentó sacarlo, Domingo Rafael Díaz retornó a Tierra Grata para revivir y proteger sus plantas de aguacate.



Esas plantas de aguacate son un símbolo de la resistencia y del trabajo de la comunidad por reconstruir lo que arrasó la guerra. Domingo dice que lo han logrado “trabajando unidos, sin abandonarnos y compartiendo lo que tenemos”. Y aunque la “época del oro verde” no ha regresado, ellos no se dan por vencidos.

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