Otoniel Cupitra y otros miembros de la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima, cuentan cómo los indígenas del sur de este departamento sobrevivieron a un inminente exterminio a manos de los paramilitares. Son casi 26.000 indígenas unidos en defensa de la vida, la tierra y su cultura.
El paramilitarismo casi arrasa con la ACIT (Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima). El Bloque Tolima de este grupo armado ilegal, que controlaba la zona indígena del sur del departamento, asesinó a por lo menos 150 indígenas entre 2001 y 2003 y desplazó a unas 800 familias, según la Defensoría del Pueblo.
Incluso, el informe De los grupos precursores al Bloque Tolima (AUC), publicado en 2017 por la Dirección de Acuerdos de la Verdad del Centro Nacional de Memoria Histórica, señala que el 60 por ciento de los homicidios, el 88 por ciento de las desapariciones forzadas y el 80 por ciento de las masacres cometidas por este Bloque, recayeron en la ACIT. “Estas cifras reflejan la dimensión de la violencia ejercida contra esta organización indígena que podría catalogarse como exterminio o etnocidio”, señala la investigación.
Ante la gravedad de estos daños, en 2003 la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó medidas cautelares para proteger a los miembros de la Asociación. Y seis años después la Corte Constitucional se pronunció y denunció que algunos pueblos indígenas del país habían sido víctimas de gravísimas violaciones del Derecho Internacional Humanitario, y que estaban en peligro de ser exterminados (cultural o físicamente) por el conflicto armado interno.
Esta zona del sur del Tolima fue blanco de distintos grupos armados legales e ilegales: en los años noventa las FARC aumentaron su presencia y acciones de control, y en 2001 llegaron los paramilitares.
Rosendo Alape sostiene la foto de su hija María Lorena, quien fue secuestrada en 2002 por los paramilitares en la vereda Chenche Balsillas, del municipio de Coyaima (Tolima). Días después, María apareció muerta y vestida de guerrillera, pero debajo del camuflado conservaba la ropa que llevaba el día de su desaparición.
Fotografía: José Alirio Duque
En este contexto de violencia, la resistencia y la organización del Pueblo Pijao han sido fundamentales para defender la vida, el territorio y las reivindicaciones socioeconómicas. Esa ha sido la misión de la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima desde que nació en 1993, tomando como referente de identidad al Cacique Calarcá, quien dirigió la resistencia indígena ante la Corona Española. La asociación está integrada por 57 cabildos y resguardos de Tolima, Cundinamarca y Bogotá. En total son 26.000 indígenas.
“Todos tenemos una pieza fundamental en este trabajo organizativo y político... gracias a nuestros fundadores, a los antiguos y a quienes han dado sus vidas es que hoy estamos acá, en este proceso”, dice Edwin Alexander Henao Conde, secretario de la ACIT.
Algunos se hacen pero otros nacen en la resistencia, como Alejandra Pamo, vicepresidenta la Asociación. “Desde los seis años mi papá me llevaba a las marchas y a los paros. Usted nace y ya viene con las ideas de la ACIT. Nosotros como ACIT jamás hemos tenido una política cambiante. Somos los que somos desde que se constituyó”, cuenta.
Se resiste con las ideas pero también manteniéndose en el territorio. “Seguimos aquí en el territorio a pesar de lo que nos han hecho”, dice Otoniel Cupitra, gobernador del Cabildo de Guayaquil. “Cuando estaban las AUC nos tocó ir a hacer reuniones a otras partes. Nosotros que hemos vivido las pérdidas de los compañeros seguimos resistiendo y protegiendo nuestras tierras”.
Los paramilitares intentaron acabar con todas las formas organizativas de los indígenas en el sur del Tolima. Darío Botache, presidente de la ACIT, cuenta que en 2001 grupos paramilitares destruyeron la sede de la asociación porque no compartían sus ideas de recuperación de los territorios. Por eso su principal reto ha sido la construcción de la paz. “La tranquilidad y la paz es uno de los principios fundamentales para la vivencia de los pueblos pijao”, como dice Ancízar Ibarra, fundador de la ACIT.
Y lo han logrado, según Orlando Pamo, fundador de la Asociación, soportándose en lo colectivo y en la cultura propia. Sirviendo de articulación entre todas las organizaciones. O, como él afirma, siendo el cordón umbilical de las comunidades.
Sede de la ACIT en Natagaima (Tolima), atacada por los paramilitares en 2001.
Fotografía: José Alirio Duque