Una joven de 19 años está ejerciendo el liderazgo en el corregimiento de Juan y Medio, de Riohacha, con toda la grandeza y la valentía que le enseñó su padre, también líder. Su principal bandera es el rescate del arte y de los tejidos wayúu, para subsistir y no dejar morir su cultura.
Cuando Ramón Uriana tenía 17 años se preguntó: ¿Será que Dios se equivocó al hacerme indígena? La respuesta le llegaría casi una década después. A los 28 años, a Ramón le tocó convertirse en líder de su comunidad sin esperarlo, sin pedirlo.
El 18 de julio de 2001 salió de Dibulla (La Guajira), junto a su esposa, su hija Ruth y otras diez familias wayúu, para comenzar una caminata sin retorno de más de seis horas. Se llevaron todo lo que pudieron: chivos, gallinas, cerdos. Ramón dirigía la caminata. Él era el que mejor hablaba español y si en el camino aparecía la guerrilla o los paramilitares, él era el encargado de explicar que estaban saliendo del territorio para no molestar a nadie. Ahí empezó su historia como líder.
—¿Qué vientos los traen por aquí? —les preguntó el sacerdote del primer pueblo al que llegaron.
—Los vientos de la violencia, Padre —respondió Ramón sin dar muchos detalles, sin explicar que decidieron dejar su territorio por miedo a un grupo paramilitar que los había rotulado como guerrilleros. Desde ese mismo día Ramón se dedicó a buscar ayuda para encontrar un terreno donde su comunidad se pudiera mantener unida.
Hoy tiene 46 años y sabe, con toda seguridad, que Dios no se equivocó al hacerlo indígena. A pesar de que ese episodio fue tan doloroso, le dio un propósito. Hoy sigue siendo líder y enseña español a los niños y niñas de su comunidad, en la zona rural del corregimiento de Juan y Medio al sur de La Guajira, donde logró asentarse con su gente. En 2007 recibieron la titulación de esta tierra.
La primera palabra que me enseñó cuando lo conocí fue:
Al llegar a la casa de Ramón, me esperaban cuatro mujeres sobre el borde de la carretera. El conductor del carro las miró, les dijo: “Aquí está su encargo” y me pidió que me bajara. La primera que me saludó fue Ruth, la hija mayor de Ramón: una bella e imponente mujer de 19 años, que heredó el liderazgo de su padre. También estaban su mamá Yomaira, su tía Lola y Abigail, su hermana de 5 años.
Ruth es estudiante de administración de empresas en Riohacha y en vacaciones siempre regresa a Alewa, su vereda, para ayudar con las tareas de la casa, trabajar en el cultivo y estar con su familia. La primera noche estuvimos frente a una fogata, en la que cocinaron un chivo que acababan de matar. Allí conocí la historia de la travesía que lideró Ramón. Ruth no recuerda aquel día pero sabe que en ese momento la historia de su pueblo se partió en dos.
Mi cama estaba junto a los chinchorros de Ruth y Lola. Todas las noches nos acostábamos a hablar, hasta que el sueño nos vencía y nos quedábamos dormidas. En esas conversaciones nocturnas Ruth me contó que mientras su papá buscaba un terreno para que la comunidad se reorganizara, ella se fue a vivir con su mamá a Maicao. No entendía por qué su papá no estaba con ellas en ese momento tan difícil; la idea de que él fuera un líder, más que orgullo le producía tristeza. Pero un día, casi por azar, ella terminó en ese camino. Su papá la inscribió para ser representante de los jóvenes rurales de la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia), como suplente. Pero un día la representante principal no volvió y Ruth terminó por encargarse de todas las tareas.
“Sentir que no le fallaste a tu comunidad y lograr crear un trabajo colectivo, es lo que me mantiene en esto. Ser líder no es hacer las cosas sola, es luchar para que sea valorado el trabajo de todos y todas”, dice Ruth Uriana.
En esas conversaciones también hablamos de lo que para ella ha significado ser mujer wayúu, cristiana, joven y líder. Me contó, por ejemplo, que después de su primer periodo menstrual estuvo encerrada durante dos semanas. Esta es una práctica tradicional de su comunidad, que busca que las niñas tengan un espacio de intimidad para practicar las tareas que implica su paso a la adultez. No pueden comer carne y el día de su salida les hacen una fiesta para inaugurar el nuevo ciclo. En ese espacio Ruth perfeccionó su técnica de tejido para hacer mochilas, y tuvo tiempo para preguntarse por lo que quería hacer con su vida. La mayoría de mujeres wayúu sale de allí para casarse, pero ella no. Con el apoyo de sus papás siguió estudiando.
“Al principio quería estudiar medicina, pero al ver la situación de mis mujeres decidí presentarme a una beca para Administración de Empresas y me la gané. Lo hice con la idea de poder mejorar las condiciones de venta de las mochilas y todo lo que se hace con el tejido wayúu”, explica Ruth cuando le pregunto por sus sueños profesionales.
En distintos momentos del día ellas se sentaban a tejer y yo me concentraba en sus dedos, mientras hablábamos de sus sueños y del trabajo que hacen a diario para convertirse en una “comunidad-empresa” autosostenible. Ruth dice que sus mayores retos son valorizar los productos que hacen y convencer a los jóvenes de su comunidad de que se involucren con Alewa, la marca que ella sueña crear para que “la gente sepa de dónde viene lo que hacemos”.
Aunque quizá su mayor reto es ser una líder de 19 años. “Que te tomen en serio es difícil porque al ser mujer joven te llaman ‘niña’, y de una vez disminuyen la importancia de tu trabajo. Y luego, como indígena, abrirse en espacios donde para muchos somos ‘distintos’ es un reto. Por eso yo siempre intento trabajar en cambiar la mentalidad de la gente”.
Ruth me llevó a caminar a los lugares adonde ella va cuando quiere estar sola. “Ser líder no es fácil”, dice. El sonido del río y de los árboles que hay alrededor de su casa le devuelven la paz.
Ruth me sorprendía con su madurez, pero al estar con su familia era fácil entender de dónde venía tanta confianza. Yomaira, Ramón y Lola conocen muy bien la importancia de la historia de su pueblo y le han enseñado a Ruth y a Abigail a apropiarse de ella. Muchos jóvenes todavía se sienten avergonzados de ser indígenas, y lo único que quieren es dejar su pueblo atrás. Por esto, Ruth recalca tanto la importancia de trabajar en construir memorias, para que los jóvenes conozcan el esfuerzo de sus antecesores y el origen de sus prácticas culturales, y construirse desde ahí.
Antes de irme le pedí a Ramón que me enseñara a decir memoria en wayúu y me dijo:
Lola, Abigail, Yomaira y Ruth miran los micos que se asoman por las palmeras de su casa. En ese mismo momento, Ramón está sembrando mangos.