La paz de la Comuna 13 de Medellín no es un asunto exclusivamente militar. La clave es la educación de las nuevas generaciones que han crecido entre combates y venganzas. Un grupo de mujeres lo está demostrando.
La tarde que llegamos al barrio 20 de julio de Medellín, hace un par de meses, la bienvenida fue una mala noticia: “Esta semana nos han matado a doce”, dijo Mery Naranjo, presidenta de la Mesa por los Derechos Humanos de la Comuna 13. Y no se refería a sus pares: líderes de los barrios del occidente de la ciudad. Cuando dijo “nos han matado a doce”, se refería a vecinos comunes y corrientes, a seres anónimos que no necesariamente conocía, pero que suman (y duelen) en ese desangre que no para.
La conversación con Mery fue interrumpida varias veces por los mensajes de su WhatsApp: “¿Quiere ver? –preguntó–. Estos son los mensajes que me llegan todo el día de la gente desesperada por lo que está ocurriendo”. No son solo muertos y amenazas. Según la Personería de Medellín, el desplazamiento forzado intraurbano creció dramáticamente en los últimos meses del 2018. Hasta el mes de abril se tenían registradas 32 familias desplazadas de manera forzada de esta comuna. Y entre el 1 de mayo y el 4 de julio se registraron 135 familias, para un total de 167 en todo el año (cerca de 350 personas).
“Muchas veces nos dan ganas de rendirnos, pero Socorro no nos deja”, comenta Luisa María (con gafas en la foto), una de las jóvenes que ha heredado el liderazgo de Mery y Socorro.
Desde hace casi tres décadas, cuando muchas de las lomas de la comuna eran solo rastrojos, Mery trabaja por transformar la realidad de su familia y de sus vecinos. Ha hecho convites y sancochos con los jóvenes para reconstruir casas abandonadas, para limpiar las calles, para hacer talleres de dibujo y escritura con los niños, para buscar desaparecidos, para denunciar las cifras de muertos. En la década de los ochenta encontró una aliada, Socorro Mosquera, y ambas, más que un ejemplo, ya son un emblema de liderazgo y supervivencia de la Comuna 13. Perdieron la cuenta de cuántos muertos han visto, de las familias que han tenido que huir, de las veces que han recibido amenazas, de los velorios y las marchas para gritar “¡Basta ya!”. Saben que la realidad no cambiará de un día para otro, que hay momentos de profunda desesperanza, pero están convencidas de que la clave para transformar la realidad de todos esos barrios está en los jóvenes: “Esa es nuestra obsesión –dijo Socorro–. El trabajo con los pelados es lo que nos mantiene firmes”.
Una nota reciente del portal Verdad Abierta revela, que entre abril y junio de este año 146 estudiantes de la Institución Educativa La América (Comuna 13) no han vuelto a clases por razones relacionadas con el conflicto armado, mientras que líderes del sector denuncian que en la Institución Educativa Las Independencias, el Colegio Juan XXIII y el Colegio Cristóbal Colón, vienen creciendo los casos de deserción tras el último periodo de vacaciones.
Pero, ¿qué disparó la violencia este año? Según el Sistema de Alertas Tempranas de la ciudad, se trata de un conflicto de vieja data que se reavivó a finales de abril de este año. Lo que está en juego es el control del territorio, es decir, las rentas ilegales. Los combos se disputan cuadra a cuadra la Comuna 13. Esto sin contar con que esta zona constituye un corredor vital para el tráfico de armas y narcóticos, que va desde el bajo Cauca antioqueño, se extiende por las montañas del occidente de Antioquia y, de ahí, al golfo de Urabá, incluyendo todo el occidente de Medellín.
La mayoría de los jóvenes líderes de barrios como el 20 de Julio o Las Independencias comenzaron su trabajo en los semilleros de niños y niñas creados por Socorro y Mery en los años noventa.
“Es una lucha entre la calle y la escuela; entre los combos y las oportunidades”, dijo Lina Durán, líder joven del barrio Las Independencias. Su liderazgo es heredado. Ella creció al lado de Mery y Socorro, quienes la acogieron desde niña y le enseñaron cuán importante es servir a la comunidad. “El odio y la pobreza no tienen por qué hacer parte de mi vida. Socorro me sacó adelante. Ella me convenció de que a pesar del dolor que se siente en estas calles, yo puedo vivir diferente”. Lina contó su testimonio emocionada, como si fuera la primera vez que la escuchaban. A su lado estaba Yuri Durán, su hija de 18 años, otro liderazgo heredado; y ambas son el ejemplo perfecto de la transformación que puede vivir una familia si uno de sus miembros decide ayudar a otros.
Lo que ha ocurrido en Lina y en Yuri no es excepcional: en la medida en que transcurría la conversación con ellas en una casa del 20 de Julio, fueron llegando más hombres y mujeres menores de 20 años. Querían contar cómo los salvó haber conocido a Socorro y a Mery. “Sabemos que mañana nos pueden matar, pero no nos vamos a morir tristes. El liderazgo para salvar a la comuna está ahora en estos pelados”, dijo Socorro señalando las laderas del barrio.