En 2013 Fany Escobar creó la Asociación Mujeres del Plantón. Con plantones y artes manuales visibilizan y exigen la garantía de los derechos de las mujeres víctimas de violencia de género. Entre 1958 y julio de 2018 se registraron 15.678 casos de violencia sexual en el marco del conflicto armado.
Hay días así: la mujer fuerte se desvanece y sus mejillas sienten correr las lágrimas, despavoridas. Cierra la puerta y recuerda a papá seis meses atrás, en aquel tiempo ya lejano e inevitable. Lo imagina acostado en la hamaca haciendo la siesta bajo la sombra de un mango.
El dolor de la ausencia se mezcla con el del cuello, un tormento de hace rato, un cáncer mezquino e injusto que le roba fuerzas y ánimo.
Sucede que alguien le toca la puerta y grita: “¡Fany, Fany!”. Ella se seca las lágrimas, alisa la ropa e intenta sonreír. “Mamá es la fortaleza de las mujeres, pero por dentro está destrozada”, asegura Fany, su hija.
A lo mejor esta historia empezó en 1985 en Arboletes, Urabá antioqueño, ese pueblo caribe con aire de fiesta. Parece que fueron los paramilitares, no hay mucha certeza. Los hombres quisieron llevarse a su hermana y Fany se opuso. “Entonces usted paga”, le advirtieron. Pagó: la violaron.
“Tenemos cinco colchas. En ellas, todas las muñecas se agarran de las manos. Significa que estamos unidas, en red. No tenemos diferencias”, afirma Fany Escobar.
Pasaron muchos años. En abril de 2013 violaron tres adultas mayores en Apartadó. Ese hecho le recordó su historia, ese silencio de tanto tiempo. Fany hizo una convocatoria y se plantaron 55 mujeres frente a la Fiscalía del pueblo. Luego creó la Asociación Mujeres del Plantón; con ella denuncia la violencia sexual, exige la garantía de los derechos de las mujeres y las acompaña a salir de su dolor. Desde entonces se han dedicado a hacer plantones o se reúnen y cosen: hacen sus colchas, hacen sus muñecas, comparten, conversan, se apoyan.
Fany les trenza el pelo de lana para que no se les caiga. La suya, la primera, tiene el cabello azul con una estrella desproporcionada, una camisa blanca, una falda violeta y en una esquina, una franja oscura. “No había salido del dolor, cada vez que contaba mi historia, lloraba”. Esa muñeca es su antes, su durante, su después.
En octubre de 2016 la Asociación Mujeres del Plantón hizo la primera colcha con mujeres afro e indígenas. Un año después, con personas LGBT.
En una tela blanca juntaron las primeras muñecas, agarradas de la mano. Entonces nacieron las colchas. Y así, las de mujeres indígenas y de transexuales. Al terminar los talleres con las muñecas y las colchas muchas de ellas salieron del mutismo. Fue el regreso, fue desprenderse de una capa pesada y dolorosa que llevaban puesta por años. Algunas seguían recibiendo atención psicosocial y otras, cursos de formación en el SENA.
Así volvió Oveida Padilla a sonreír. Ella toca la puerta de Fany y grita: “¡Fany, Fany!”. También lo hacen Maritza Sánchez y otras mujeres del Plantón. Se sientan en el jardín, bajo el mango en donde papá tomaba la siesta.
“Las muñecas las hice a mi manera. Ellas nos representan, son el después de nosotras. Me siento mejor que antes, con más ganas de vivir, más alegre”, dice Maritza Sánchez Blandón, integrante de la Asociación Mujeres del Plantón.
Se cuentan historias bajo esa sombra que alimentan el plátano, el aguacate, el guanábano, la palma, la col, el matarratón, el limón, el ají. Hablan y se ríen y se escuchan y lloran y cosen: “Las colchas significan el pasado que tuvimos y el hoy, nuestra resiliencia. Antes no nos atrevíamos a salir, a sonreír. Somos valientes, luchadoras y guerreras. Es nuestra memoria… podemos salir adelante. Las colchas muestran a las mujeres sobrevivientes. Representan libertad, paz. Cuando el pasado se consume, uno quiere libertad”.
Las Mujeres del Plantón son cerca de 2.500 en todo el país. Están en siete departamentos: Córdoba, La Guajira, Bolívar, Antioquia, Meta, Valle del Cauca y Cauca.
Hace mucho tiempo Fany se fue de La Guajira, lejos de su mamá wayúu y su papá “coscoi, entre indio y negro”. Querían casarla y ella se voló, directo hasta el Urabá. Ahí está, acompañando a sus mujeres, haciéndose la fuerte y sonriendo, desgañitada por dentro, soportando la ausencia de papá coscoi y el dolor en el cuello que la resquebraja. En días así, en los que la mujer fuerte se desvanece, necesita de sus mujeres, de su compañía, para levantarse.
Hay días así: las mujeres fuertes también lloran.
En el barrio 4 de junio de Apartadó (Antioquia), las Mujeres del Plantón se reúnen en el anturio de la memoria a conversar, tejer y sanar.