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Texto y Fotografías: Daniel Sarmiento

Los saberes ancestrales salvaron a Guacoche

Esta comunidad negra de Valledupar utilizó sus prácticas tradicionales y sus creencias populares, para enfrentar la arremetida de los paramilitares que se instalaron en su territorio en 1997. Gracias a esa estrategia, hoy sobreviven en este lugar personajes como las parteras y los sobanderos.

Entre los corregimientos de Guacoche y Guacochito, en Valledupar, hay un monte espeso: un lindero que, según los relatos populares, está habitado por espíritus que asustan a niños y jóvenes que transitan por allí para ir a jugar fútbol o a bañarse en el río Cesar. Aunque desde 1997, con la llegada y asentamiento del Bloque Norte de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), los habitantes de esta región empezaron a evitar cualquier actividad que implicara estar afuera, expuesto.

Carlos Rondón Rondón, uno de los líderes del Consejo Comunal Cardonales de Guacoche, cantautor y ganador del concurso local de piqueria -un duelo de intérpretes vallenatos- le canta así a esos espectros de la noche: Encontré triste los higuitos porque ya no está el señor Colacho/ me cuentan que a Chamelito ya no se le ve borracho/ ya no se le escucha el grito ¡que viva el padre de Pasto!/ Quiero saber si hay muchachos que aún temen a los espantos/ y la mano pelúa en el río...

Esas historias de tradición oral le sirvieron durante mucho tiempo a la comunidad para cuidar a los más pequeños. Los adultos las utilizaban para mantener a los niños alejados de los caminos, que empezaron a ser transitados por los paramilitares.


Niños y niñas de Guacoche representan el “Perro de fuego”, un mito de espantos propio de esta comunidad que, según los pobladores, se aparece en las noches en el árbol de olivo.



“Cuando niño había un nerviosismo total para llegar hasta el pueblo vecino… El transporte se hacía a pie... Siempre se ha dicho que se aparece un perro grande y una mujer vestida de blanco que se lleva a los niños… Se decía que si uno después de pasar el olivo miraba pa’tras, uno veía al ‘aparato’ y se desmayaba. Con ese cuento los padres de uno lo asustaban para no ir por allá, donde estaban los paras”, cuenta Carlos Rondón Rondón.

Inicialmente este territorio, al norte de Colombia, estuvo ocupado por los indígenas Chimilas, quienes le dieron el nombre de Guacoche que significa “agua turbia”. En tiempos de la colonia, negros, cimarrones y palenqueros fugitivos, llegaron hasta allí huyendo de la esclavitud. Y desde entonces son mayoría. Hoy la comunidad de Guacoche se reconoce, en su totalidad, como pueblo negro.

Del sincretismo de esta comunidad sobresale la elaboración de las tinajas: artesanías originarias de los indígenas Chimilas que luego fueron perfeccionadas por las mujeres guacocheras. Hoy son un símbolo de su lucha.


Líderes y lideresas del consejo comunitario de Cardonales de Guacoche, sostienen tinajas hechas con su propia tierra: un símbolo de su resistencia.



Con la llegada de la guerra, la vida cotidiana de Guacoche se transformó por completo. Los paramilitares empezaron a monopolizar las actividades económicas del municipio y sus alrededores: cobraban vacuna para entrar al río y sacar arena, y lo mismo hacían con los carros particulares y de carga que transitaban por allí. Entre los años 1997 y 2006 los guacocheros no podían hacer reuniones sociales. Ni siquiera era permitido que más de cuatro personas estuvieran juntas en una casa, porque una comunidad unida y organizada era una amenaza para los armados.


A mediados de los años 90 los paleros abandonaron esta práctica tradicional porque empezaron a temer por su vida. Por esos años la gente utilizaba el río para protegerse de los enfrentamientos entre grupos armados.



Nadie volvió al centro del pueblo, lo que acabó con el negocio de las artesanías. No era permitido velar a los muertos. Las mujeres eran obligadas a realizar labores como barrer las calles o limpiar la hierba mala de los jardines, y muchas veces fueron sometidas a actos violentos y humillantes, como raparles la cabeza en público o agredirlas frente a toda la comunidad. También se presentaron casos de raptos.


Doña Emma Churio es un pilar de la comunidad de Guacoche. Se ha encargado de guardar los recordatorios de cada velorio para no olvidar y para orar por las ánimas que aún no pueden descansar.



Cualquier miembro del Comité Comunal Cardonales de Guacoche empieza a narrar este difícil episodio de su historia, con el asesinato del líder Argemiro Quiroz en 1997, el mismo año de la primera incursión paramilitar en esa zona. Argemiro luchó por la unión y la autonomía territorial de Guacoche, y también por resaltar los saberes ancestrales de su comunidad. Los pobladores de Guacoche cuentan innumerables anécdotas protagonizadas por ‘Miró’, como lo llaman algunos. Dicen que era el vecino ideal, el hermano indispensable, el tío de todos los niños, el que nunca decía “no”.

Como una forma de conmemorar y recordar, la comunidad sembró una ceiba en el lugar preciso en el que los paramilitares mataron al líder Argemiro Quiroz y a Omar Francisco Castillo, un habitante del pueblo que fue asesinado junto a él.


A la izquierda, Argemiro Quiroz padre, y a la derecha, Algemiro hijo. Para los guacocheros Argemiro Quiroz vive a través de su hijo, quien también es líder y, como abogado, ha luchado por el reconocimiento de su comunidad como un territorio afro.



En medio de los embates de la guerra, los líderes y lideresas de Guacoche se han empecinado en practicar sus saberes ancestrales y sus tradiciones, y transmitirlos como lo dictan sus leyes. En ocasiones, dicen ellos, hay una “persona elegida” para esa misión. Gracias a esto, hoy sobreviven en esta comunidad las parteras, los rezanderos, los sobanderos -quienes atendían a los enfermos, sin importar el bando al que pertenecían-, los botánicos -que recogían hierbas con propiedades curativas, acompañados de varios discípulos - y los rezanderos -quienes erradicaban plagas de los cultivos sin pedir un peso a cambio-.

Hoy Guacoche es caso emblema de reparación simbólica y ha obtenido varios reconocimientos. Aldo Ibarra, vicepresidente del Consejo Comunitario Los Cardonales, dice orgulloso que este “es el primer Plan de Reparación Integral que se realiza en el país con las comunidades afrodescendientes”. El rescate de sus creencias y saberes ancestrales (unido a todo un plan de reparación colectiva que contempla un proceso de restitución de tierras, que sigue en lucha, y la atención psicosocial a la población) no solo ha sido su salvación, sino que lo han convertido en un modelo reconocido internacionalmente.


Víctor Curandero, antes de sanar la mordedura de una culebra o la hinchazón por un ciempiés, Don Víctor hace un rezo secreto a la planta.




German Sobandero, Antes de hacer sus famosos masajes milagrosos le reza a Dios, “Yo pido que si la persona se levanta sea para ser un instrumento del ser supremo”.




Alfredo rezandero, actualmente sufre un terrible mal en sus huesos, pero aun camina kilómetros para llegar a los cultivos con plagas por erradicar, caminar a su lado es escuchar gratos saludos y recuerdos de agradecimientos.




Diego Botánico: tiene varios discípulos quienes recolectan y siembran plantas bajo su supervisión, hoy en día están realizando un Vademécum de plantas ancestrales con todos los sabedores de Guacoche.



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Daniel Sarmiento

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