Las mujeres de la Red Mariposas de Alas Nuevas de Buenaventura, crearon su propia manera para luchar contra las violencias de género: combinan el acompañamiento jurídico con prácticas espirituales afros e indígenas.
En la costa Pacífica colombiana se alza el territorio ancestral de Buenaventura: una ciudad inundada por la brisa marina que se mimetiza entre las resistencias culturales, políticas y económicas de una área atravesada por las demandas del comercio internacional; una ciudad anclada en la gran región de la cuenca del Pacífico global. En sus calles, que desembocan en esteros o grandes lagunas de agua salada, transita con determinación el eco murmullante de las mujeres negras-afrocolombianas e indígenas agrupadas en la Red Mariposas de Alas Nuevas Construyendo futuro.
Este grupo de lideresas se unió para proteger a otras, en medio de las obstinadas y horrorosas formas de violencia que los grupos armados han ejercido sobre sus cuerpos y sus vidas. En específico, cuando de violencia sexual se trata, algunas mujeres sobrevivientes exponen: “Antes a una mujer la violaban, pero ahora la violan, le cortan no sé qué, le meten no sé qué, la matan, la desaparecen, la desplazan. Cada día es más horroroso para que las mujeres cedan más”. Este testimonio de una mujer afro de Buenaventura fue recogido por el informe sobre violencia sexual La guerra inscrita en el cuerpo, del Centro Nacional de Memoria Histórica (2017).
La Red Mariposas de Alas Nuevas está conformada mayoritariamente por mujeres negras-afrocolombianas e indígenas, que han atravesado las múltiples barreras invisibles impuestas por los grupos paramilitares para salvar las vidas de mujeres y niñas. Y para ayudar a levantarse a aquellas que fueron violentadas y ultrajadas por los armados. Entre mayo y agosto de 2017 se registraron en Buenaventura 103 casos de violencia sexual, según el último Informe estadístico sobre violencia sexual y violencias basadas en género, de la Mesa Intersectorial contra las Violencias de Género que nació hace siete años en esa ciudad.
Frente a la crudeza de esta realidad, las mujeres afrocolombianas, organizadas como sus ancestras, acuden a estrategias cimarronas para crear espacios libres y seguros. En medio de prácticas como espirales y lunadas elaboran y recuperan la cultura, reconstruyen el tejido social, comunitario y psico-espiritual, que heredaron en la Diáspora Africana y del conocimiento ancestral indígena.
Esta red enaltece la fuerza de los saberes enraizados en sus comunidades y en su memoria histórica de resistencia y, al mismo tiempo, conversa con las rutas de atención institucionales. Sin embargo, ellas sostienen que esas rutas son insuficientes. “Por eso resistimos entre nosotras, con nuestros espacios de sanación en el territorio colectivo y espiritual”, señala Mariana*, sobreviviente del conflicto armado e integrante de la Red Mariposas.
La diversidad y el respeto por el conocimiento propio son las grandes fortalezas de la Red Mariposas de Alas Nuevas. Las velas coloridas que sostienen representan las siete potencias del panteón Yoruba, una creencia procedente de África que siempre está presente en la apertura de sus actividades.
Para hablar de la lucha contra la violencia sexual en contextos donde habitan mayoritariamente pueblos afrodescendientes, hay que darle profundidad temporal a la memoria histórica. Solo así, es posible comprender que las personas pertenecientes a la Diáspora Africana en Colombia, particularmente las mujeres negras-afrodescendientes, contienen la memoria genética de siglos de lucha contra la violencia sexual perpetuada por esclavistas blancos españoles. Históricamente, esta violencia ha intentado acallar y esclavizar a cuerpos con pieles color ébano, a las disidencias del sexo asignado y a quienes acuerpan sus orígenes en la época precolombina.
Las mujeres de la Red Mariposas de Alas Nuevas aseguran que el racismo y el machismo son la base de las violencias de género. “Los jefes [de los grupos armados] son blancos que trajeron toda esa violencia a nuestros territorios”, dice Jacinta*, integrante de la Red, quien cuenta con tristeza e indignación la historia de su hija, quien fue violada por los paramilitares en una zona rural de Buenaventura. “La justificación de muchos para abusar, es que la mujer negra es arrecha”, dice Safira*, otra integrante de este grupo, también víctima de violencia sexual.
La Red promueve un pacto de autoprotección que reza: “Por lo que yo pasé, que no pasen otras”; una frase que opera como una especie de protección comunitaria. Para explicar cómo funciona la organización dicen que son un espiral horizontal para tomar decisiones, para caminar, para luchar, para volar juntas, para contagiar a otras; para construir lo que ellas denominan “el efecto mariposa”.
En este ritual, las mujeres juntan sus manos sobre la cabeza de una de sus compañeras, con el propósito de sentirse acogidas y protegidas, y con la misión de continuar expandiendo la protección a otras de Buenaventura y el Pacífico.
“Me volví autónoma, mi voz vale, ¡nadie puede venir a pisotearme porque yo valgo!”, dice una adolescente que hace parte de la escuela de formación de la Red. En la misma línea una mujer transexual señala que “uno llega aquí y no se siente sola, una se siente en familia y aquí una no es juzgada”.
El palosanto encendido entre flores, hierbas y velas convoca los saberes ancestrales para la protección y la sanación del dolor.
Las mujeres Negras, Afrodescendientes, Indígenas, Transexuales, jóvenes y adultas mayores, que conforman la Red Mariposas de Alas Nuevas, danzan para sanar dialogando en el comadreo. Como lo exponen ellas: “yo te cuento y tú me cuentas”. Pero también danzan alrededor de plantas, flores y mándalas rodeadas por velas con los siete colores de las potencias del panteón Yoruba, para recargar la energía. Ellas invocan a sus ancestralidades para que sus caminos sigan siendo iluminados y sus voces no se callen, para la protección de su humanidad, para que otras tengan siempre a donde llegar y para que sus heridas puedan no sólo cicatrizar sino también transformar a otras.