Recorridos por los paisajes de la violencia en Colombia

De San Vicente a La Macarena

Recorriendo la antigua Zona de Distensión

Al salir de la cabecera municipal de San Vicente del Caguán el camino hacia La Macarena marca el final de la carretera pavimentada y el inicio de la ruta hacia la antigua Zona de Distensión. Para 1998, tras años de enfrentamientos y acciones unilaterales, el Estado colombiano y la guerrilla de las FARC se sentaron a dialogar en la procura de una salida negociada al conflicto armado. Cinco municipios, uno del Caquetá y cuatro del Meta (San Vicente del Caguán, La Macarena, La Uribe, Mesetas y Vista Hermosa), fueron despejados y desmilitarizados por el Estado colombiano, y quedaron bajo el control del grupo insurgente, el cual renunció en buena medida a su condición de guerrilla móvil y consolidó campamentos fijos al interior de la zona despejada.

Los diálogos tuvieron lugar sin un cese de hostilidades y en medio de un panorama social y político polarizado principalmente por tres elementos: “las acciones violentas de las FARC en el nivel nacional; el uso militar de la zona de despeje y su reglamentación; y el tema del paramilitarismo, ya que las FARC exigían de manera constante que se tomaran medidas y acciones contra estos grupos”Vásquez, Teófilo (2015), Territorios, conflicto armado y política en el Caquetá: 1900-2010, Universidad de Los Andes, Bogotá, página 100..

Cortesía Museo Caquetá

Aunque se reconoce que los dos bandos mostraron voluntades de paz en diferentes momentos de las negociaciones, tanto guerrilla como Estado buscaron fortalecerse militar y políticamente como si vaticinaran que los años más difíciles estaban por llegar. La guerrilla construyó y consolidó sus corredores estratégicos mientras que el Estado negoció la ayuda militar del Plan Colombia con el gobierno de los Estados Unidos.

Lugar donde se ubicó la mesa de diálogo de las FARC con el gobierno de Andrés Pastrana. María Luisa Moreno para CNMH, 2017

Durante el recorrido registramos algunas de las casas y campamentos de los comandantes de las FARC.

La casa de Pedro Antonio Marín Marín, alias Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo, más conocida como Casa Roja, es una infraestructura de dos pisos y con una sede social que tiene habitaciones, piscina y sala de reuniones. Esta casa, ubicada en el caserío La Sombra en el municipio de La Macarena, fue el lugar de vivienda de Manuel Marulanda Vélez durante la época de la zona de despeje. Según testimonios de los habitantes de la región, en este lugar se hacían grandes fiestas con cantantes como Julián Conrado y Christian Pérez.

La antigua Zona de Distensión. Juan Pablo Daza para CNMH, 2017.

La construcción de carreteras, escuelas, tanques de agua y pueblos como Playa Rica y La Tunia son el resultado de la consolidación de la guerrilla en esta zona durante el periodo de diálogos de paz con el gobierno de Andrés Pastrana.

En ese momento histórico el cemento y el ladrillo significaron para las FARC el inicio de una vida fuera de la selva. Esta casa y los campamentos son un ejemplo claro de la idea de las FARC de instalarse en infraestructuras construidas para durar en el tiempo, y controlar así la región para su proyecto económico, político y social. Hoy en día la Casa Roja está habitada por una familia de la zona.

María Luisa Moreno para CNMH y Museo Caquetá

El paisaje aún guarda las huellas del paso de la emisora La Voz de la Resistencia del Bloque Sur de las FARC durante la zona de despeje. Esta emisora funcionó en una casa ubicada a pocos minutos del caserío de Playa Rica. Desde allí se transmitían los programas de radio de las FARC a toda la región de los Llanos del Yarí, San Vicente del Caguán y La Macarena.

Emisora La Voz de la Resistencia. María Luisa Moreno para CNMH, 2017.

Durante los años de la zona de despeje las FARC consolidaron su presencia en la región ubicándose en grandes campamentos alrededor de Playa Rica. En esta ocasión recorrimos tres de estos campamentos ubicados al borde de carreteras destapadas y a poca distancia de la selva. Los campamentos hoy son ruinas. Al finalizar la zona de despeje el presidente Andrés Pastrana ordenó el bombardeo de todos los campamentos de concentración de las FARC.

Los campamentos no pueden ser leídos como un lugar del horror ya que en ellos no ocurrieron prácticas violentas por parte de los actores armados. Sin embargo, las ruinas de los campamentos evocan un hito histórico relevante para entender cómo fue percibido el espacio en el momento de negociación de FARC con el gobierno. Las ruinas son el resultado de los bombardeos posteriores a la finalización de la negociación de paz con el expresidente Andrés Pastrana. Estas ruinas que nadie visita y que tampoco se transitan hablan de cómo era percibido el espacio en un periodo corto de "no guerra", donde el paisaje se transformó a partir de imponentes estructuras de cemento visibles y cercanas a las carreteras. Allí hay huellas de una arquitectura pensada para la vida cotidiana: cocinas colectivas, cuartos para dormir, baños, lavaderos de ropa u de carros. Sin embargo, estas ruinas expresan un cierto sentido de la nueva espacialidad que está cercana a pueblos pero también a caminos para regresar a la selva.

Campamento del comandante Joaquín Gómez
María Luisa Moreno para CNMH, 2017
Campamento del comandante William Manjarrez alias Adán Izquierdo
María Luisa Moreno para CNMH, 2017
Campamento del comandante Víctor Julio Suárez Rojas alias Mono Jojoy
María Luisa Moreno para CNMH, 2017

La Tunia

Recorrido La Tunia

CNMH, Testimonio de habitantes de la región sobre el caserío La Tunia, La Macarena, 2017.

Como lo mencionamos anteriormente, caseríos como Playa Rica y la Tunia fueron producto del auge económico de la región durante la zona de despeje. Habitantes de la región se asentaron en estos puntos para trabajar en los proyectos de carreteras e infraestructura promovidos por las FARC. La Tunia fue uno de los puertos más importantes para el traslado de mercancía; por el río llegaban inmensas toneladas de alimentos y materiales de construcción para ser repartidos alrededor de los campamentos guerrilleros. Al finalizar la zona de despeje este caserío se convirtió en un pueblo fantasma.

María Luisa Moreno para CNMH, 2017

En febrero de 2002, tras el secuestro del entonces senador Jorge Eduardo Géchem,

el presidente Pastrana puso fin a los diálogos de paz y emitió resoluciones que terminaron oficialmente el proceso de paz con las FARC, les retiró el estatus político concedido y las catalogó como terroristas. Reactivó las órdenes de captura contra todos los miembros de las FARC, terminó la policía cívica que funcionó en la zona desmilitarizada y ordenó a las Fuerzas Militares bombardear y retomar militarmente la llamada zona de distensiónVásquez, Teófilo (2015), Territorios, conflicto armado y política en el Caquetá: 1900-2010, Universidad de Los Andes, Bogotá, página 111.

Las personas entrevistadas durante el recorrido fueron enfáticas en relatar que la presencia de la guerrilla de las FARC en sus territorios pasó de ser esporádica (antes del despeje) a ser constante. Así, denunciaron vehementemente la estigmatización a la que se vieron sometidas al ser constantemente acusadas por el Estado y la Fuerza Pública de pertenecer o colaborar con el grupo armado, pues su coexistencia obedeció más a la contingencia que a su voluntad. 

Finalizado el despeje vendrían años difíciles para la población civil. A la estigmatización por haber compartido el territorio con las FARC se sumaron los bombardeos y el fuego cruzado en el marco de la reactivación de las hostilidades entre el Estado, las FARC y el paramilitarismo.

Las fuerzas militares, fortalecidas por los dineros y tecnologías del Plan Colombia y el Plan Patriota, buscaron recuperar el control de la zona de distensión. La incursión armada fue combinada con fuertes retenes que se instalaron en las rutas de ingreso (tanto por San Vicente como por La Macarena) y limitaron el libre movimiento de la población civil y el ingreso de víveres y medicamentos, ya que se temía que estos fueran a parar a manos de la insurgencia.

Las FARC, por su parte, se propusieron retrasar la incursión del ejército y el paramilitarismo recurriendo a estrategias como el minado del territorio, lo cual limitó no solo el movimiento de la población sino que dejó a su vez algunas de las huellas más profundas en las memorias, los cuerpos y los territorios de la región.

Cementerio La Macarena

Luego de recorrer las ruinas de lo que fue la zona de despeje, nos dirigimos hacia la cabecera municipal de La Macarena en el departamento del Meta. Allí, como punto final de este largo trayecto, llegamos al cementerio de Nuestra Señora de La Macarena, espacio que comenzó a tomar forma en la década de los cincuenta cuando colonos y colonas se asentaron en esta región. Aunque guarda la memoria de todos aquellos que hicieron parte de esta larga historia de colonización, también constituye un terreno de disputa por la memoria de la violencia de las últimas décadas.

Ubicación del cementerio en el casco urbano de La Macarena. Foto: Tomada de Google Earth.

El cementerio se encuentra ubicado a veinte minutos a pie de la plaza principal del pueblo. Está rodeado por la pista de aterrizaje y la base de la Fuerza de Despliegue Rápido (FUDRA) del Ejército Nacional, creada en 1999. Luego, en 2003, con el fin de los diálogos de paz, la FUDRA pasó a ser parte de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega que operó en los municipios de La Macarena, San Vicente del Caguán, San José del Guaviare, Calamar y Puerto Rico.

Desde 2010, el cementerio está dividido en dos partes. En la parte A se encuentran ubicadas las tumbas de los colonizadores y hoy continúa teniendo un uso local para enterrar a aquellos pobladores que mueren en la región. En la parte B, menos extensa y visitada solo por los sepultureros e integrantes de la Fiscalía General de La Nación, constituye hoy un área reservada para la investigación que se adelanta para la identificación de aproximadamente 450 personas. A partir de 2010 la Dirección de Justicia Transicional de la Fiscalía, asumió el caso y hoy continúa en la tarea de exhumar e identificar los cuerpos.

Ubicación del lote NNs dentro del cementerio.

Según la investigación adelantada por la Fiscalía, los cuerpos ubicados en la parte B del cementerio fueron enterrados durante el periodo de 2002 a 2010. En su mayoría fueron trasladados por las Fuerzas Militares desde distintas  veredas y corregimientos. Para sectores defensores de derechos humanos, muchas de las personas enterradas en este cementerio no pertenecían a la insurgencia sino que eran campesinos y jóvenes de la región. Para las

De cada una de las personas enterradas en este cementerio existe el acta de inspección del cadáver que hoy reposa en los archivos de las entidades que de manera consecutiva realizaron esta tarea. Para esta investigación se revisó el archivo de la Inspección de Policía de La Macarena el cual cuenta con 282 actas correspondientes al periodo entre enero de 2002 y junio de 2006. A partir de abril de 2006, se creó la Fiscalía Quinta Local en La Macarena, entidad que asumió la responsabilidad de dirigir al Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía (CTI) en este trabajo hasta julio de 2007. Según el Informe realizado por la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos “En este periodo se llevaron a cabo alrededor de 107 inspecciones de cadáveres. Desde julio de 2007 las inspecciones de cadáver de personas reportadas como muertas en combate han sido practicadas por una Unidad de la Dirección de Investigación Criminal de la Policía (DIJIN) con funciones de policía judicial, adscrita a la FUDRA. Hasta junio del 2010 esta unidad de policía judicial habría realizado 168 inspecciones de cadáveres no identificados”. Aunque no existe una cifra oficial de las personas sin identificar, la Fiscalía da cuenta de un total de 450 personas enterradas entre marzo de 2002 y junio de 2010.

Cifras de actas de 2002 a 2010.

De las 282 actas realizadas entre 2002 y 2006  que hoy reposan en el archivo de la Inspección de Policía, en 78 de ellas se identifica a la persona con su nombre, apellido y ocupación (comerciante, agricultor, ama de casa, ganadero). En otras 20 se registró el nombre y el apellido de militares que murieron en medio de combates con la guerrilla. En otro grupo de cinco actas se registró el nombre y apellido de la persona, pero en el espacio donde se diligencia la ocupación aparece: “subversivo”. Finalmente, en las 179 restantes los cuerpos fueron catalogados como N.N., en el tipo de ocupación se registró como subversivo,  se marcó un rango de edad dentro los 15 y los 35 años, y en su mayoría fueron identificados como hombres. En estas actas se precisa que las personas llegaron al cementerio con ropa camuflada y con fusiles AK-47.

De manera detallada, las actas dan cuenta de otro tipo de información sobre las personas no identificadas: ubicación de lunares, el color de los ojos, la estatura, la forma de la cara, de los labios, de la quijada, de la nariz, de las cejas. En algunos casos, el inspector se tomó la tarea de describir otro tipo de detalles “tatuaje en mano izquierda y brazo izquierdo en tinta azul en forma de ese y en forma de corazón de 8x4 con las letras SGM y flecha atravesándole de izquierda a derecha”.

El cementerio de Nuestra Señora de La Macarena nos permite hablar de paisajes forenses, concepto propuesto por la antropóloga alemana Anne Huffschmind. Un paisaje forense puede ser entendido como un espacio compuesto por múltiples capas que se sobreponen por la historia, el tiempo y las intervenciones. En este tipo de paisajes hay fragmentos de lo sucedido pero también puntos ciegos que no permiten develar de manera coherente la historia de aquellas personas que perdieron su identidad. Así pues, el paisaje esconde la materialidad del cuerpo y con el tiempo hace que se borren las huellas y características físicas de la persona. En el caso del cementerio de La Macarena, las actas de inspección de los cuerpos, la investigación judicial, los escenarios de las exhumaciones, las narrativas de los pobladores y las huellas en el paisaje son algunas de las capas de la memoria del paisaje forense que de manera conjunta aportan al esclarecimiento de los hechos.

Por disposición  del despacho fiscal 137  adscrito a la  dirección de justicia transicional anteriormente unida de justicia y paz que dirige la actuación de  búsqueda, exhumación, identificación y entrega a familiares desde abril del 2010,  en mayo del 2018 el equipo de investigación del proyecto Recorridos por los paisajes de la violencia en Colombia tuvo la oportunidad de acompañar al CTI en una de las diligencias judiciales que año tras año adelantan en la procura de avanzar en el proceso de exhumación, identificación y entrega de los cuerpos de las personas allí enterradas. Por parte de la Fiscalía acudieron a La Macarena doce personas dentro de las que había antropólogos, odontólogos, topógrafos, investigadores, fotógrafos y auxiliares de campo cuya labor se vio complementada con la participación de un grupo de personas de la región que fungieron como ayudantes.

En La Macarena la idea de silencio, paz y quietud que normalmente se asocia a los cementerios se ve un poco desdibujada. La pista de aterrizaje del aeropuerto y la cercanía a la base militar alteran el paisaje tanto en lo visual (mediante cercas, garitas de vigilancia y el trasegar recurrente de soldados), como en lo sonoro (a partir de los constantes aterrizajes y partidas de aviones, avionetas y helicópteros). A estos elementos se sumó la diligencia judicial que tras doce días de labores dejó nuevas huellas sobre el territorio en la procura, claro está, de hallar insumos para reconstruir parte de la historia de esta región del territorio colombiano.

Cementerio La Macarena, César Romero Aroca para CNMH, 2018.