Cartas a la memoria

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Querido lector:

A veces nos toma demasiado tiempo hacernos conscientes de las realidades de los otros, esos que no conocemos.

Es curioso cómo vamos generando imaginarios de personas o situaciones. Siempre que hablan de conflicto armado viene a mi mente la imagen de una persona sin rostro definido con armas en las manos; con la palabra desplazamiento imagino un grupo de personas, incluyendo niños y niñas, caminado con hambre y miedo, cargando con lo poco que pueden; cuando dicen personas mayores pienso en hombres y mujeres pausados, resistentes, nunca se me ocurrió imaginarlos enfrentando directamente el conflicto armado.

Sin embargo, muchas personas en la edad dorada viven y mueren en medio del conflicto, vulnerados, olvidados y escasamente escuchados. En la página web del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), encontré un libro llamado Ojalá nos alcance la vida: historias de vida de personas mayores víctimas del conflicto armado colombiano, escrito en 2017. No fue una tarea fácil leer un libro de 302 páginas en la pantalla de un computador, pero lo conseguí después de varios días.

Hay hombres y mujeres, del campo o de la ciudad, que han enfrentado dolor, desplazamiento, miedo, tristeza, enfermedad, hambre, muerte y rechazo a una avanzada edad. Algunos lo han perdido todo, sin fuerzas para comenzar nuevamente. “Cada vez me da más lidia vivir”, dijo una mujer cuyo relato aparece en el libro. Otros, cansados de salir corriendo, ya están dispuestos a enfrentar la muerte con la que los amenaza cualquiera de los grupos armados. Para algunos el dolor de la muerte es insuperable y la soledad es infinita. “Tengo miedo y una soledad que abruma cada vez más”, se lee en las palabras de una bisabuela, contadas en ese libro. Las fuerzas para sobrellevar la vida, las encontraron en su propia fe, en su familia y algunas organizaciones para adultos mayores.

Todos los adultos mayores que se atrevieron a compartir sus historias encuentran en el perdón la manera de seguir adelante. Me cuestionaron mucho sus palabras y me produjo admiración esa capacidad de perdonar después de tanto daño. Estas personas me mostraron realidades como las que tantas veces he preferido ignorar. Recordé lo olvidados que están muchos de ellos. “Este país —dice una persona mayor llamado Pacho— tiene una deuda con los mayores”. Con sus historias lloré y sentí vergüenza de mi propia indiferencia ante ellos.

Sin saber dónde estés, espero que te tomes el tiempo de leer este libro para que puedas escucharlos. Seguro tú también verás reflejada parte de nuestra historia en sus relatos.

Hasta pronto.